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Nota de opinión de Sonia Alesso, Secretaria General de CTERA *

 
   
 

Tengo el orgullo de haberme casi criado en una escuela pequeña del sur de Santa Fe, mi mamá maestra y directora, y mis tías abuelas porteras, mi tía maestra del sur de Rosario, mi hermana maestra y amigas y amigos maestros y profesores que son parte de mi vida.

El patio de la escuela, la biblioteca, la mapoteca eran para mí, una niña, el lugar donde la infancia transcurría con dulce alegría.

Cuando empecé a trabajar en “mi” escuela, ese recuerdo, ya con otro patio, otros pibes, otros árboles, me llevó de nuevo a aquella infancia de mapas, láminas, y tizas.

Empecé a trabajar en la dictadura, y el miedo todavía campeaba fuerte en las cabezas y en los cuerpos de muchos compañeros y compañeras.

Hijos de papás desaparecidos o presos eran alumnos de mi escuela, y ese dolor de ellos y nuestro corría por pasillos y aulas.

Nunca me voy a olvidar de la directora que me dejaba salir antes para ir a las marchas en plena dictadura, y de la solidaridad de las que se quedaban bancando.

La escuela es un pequeño mundo, cada escuela, cada grupo de maestros, profesores, porteros, directores, forman con los pibes y las pibas un micromundo que nadie, nadie que no pasara por allí comprendería.

Ahí se tejen solidaridades jamás expresadas, tristezas, alegrías compartidas, y un compromiso casi silencioso con el presente y el futuro que es difícil de explicar y mucho más de comprender.

Mate compartido a las apuradas antes que suene la campana, charlas con las compañeras, y las quejas de todos los días.

Mi abuela, una trabajadora del Swift me decía, “lo primero que tenés que hacer cuando tengas trabajo es afiliarte al sindicato”. Y eso hice. Cobré el primer sueldo y me afilie al sindicato.

A Amsafe, un sindicato que es un ejemplo de coherencia, democracia sindical y lucha.

Ahí conocí a otros compañeros y compañeras de la gloriosa Zona Oeste de Rosario, con los cuales canté, corté calles, repartí volantes, recorrí escuelas y aprendí la hermosa lección de la militancia.

“A la huelga , compañeros, no vamos a trabajar, para devolverle al pueblo su perdida dignidad”, cantábamos mientras marchábamos en el Oeste.

En la escuela vivimos la alegría de la vuelta a la democracia, los terribles años 90, el sufrimiento de los despidos, los ajustes, el no llegar a fin de mes, las compras compartidas de verduras y frutas, y hasta el club del trueque.

También la emoción de viajar a Buenos Aires para la Marcha Blanca del 88, y encontrarme con miles y miles de maestras y maestros de todo el país.

Y luego, la Carpa Blanca de la Ctera, ese símbolo de dignidad que se quedó para siempre en el corazón y en la cabeza de quienes participamos.

Nadie que no haya escuchado la palabra “seño”, nadie que no haya sentido el dolor de un niño, la alegría de una niña, o descubrir un poema de Neruda o un cuadro de Picasso, podrá entender qué se siente en la escuela.

Es difícil comprender esa trama de solidaridad y sacrificio, a veces a costa de la propia familia de los maestros y los profes.

Ya estando en el sindicato guardo miles de recuerdos de maestros y maestras a veces cortando lápices en dos para que alcancen, de profes remando para alcanzar comida en las inundaciones de Santa Fe, para que un pibe, una piba o un compañero que estaba arriba del techo no se quedara sin comer.

De maestras jardineras, haciendo dedo en el norte profundo de mi provincia, para llegar a una escuelita rural donde solo ellas llegaban.

De maestras de ciegos llevando a sus niños a la Carpa Blanca y haciéndoles oler, tocar, sentir lo que estaba pasando.

Y de marchas, y calles recorridas, y de luchas chiquitas y grandes, de resistencia, y de avance en la conquista de derechos.

Y de las luchas hasta conseguir la Ley de Paritaria Docente, la Ley de Financiamiento Educativo, la Ley de Educación Técnico Profesional, la Ley Nacional de Educación.

Los maestros y profes, las queridas “seños”, formamos parte de un colectivo diverso, complejo, con muchas contradicciones, pero que tiene una identidad muy fuerte y está dispuesta a defenderla con todo el alma. Y siempre, siempre, poniendo el cuerpo.

Por eso Sr. Presidente, señores ministros, tengan cuidado cuando se meten con una maestra o un maestro. Y no es una amenaza, es un consejo, no hay voluntario que pueda con la gigante voluntad de lucha de este colectivo cuando sale a pelear por lo que le quieren robar.

No hay voluntario que pueda con el tremendo mensaje de amor y de esperanza que damos todos los días del año en las escuelas y en las calles.

La dignidad de la Escuela Pública, la alegría de enseñar y de luchar.

* Nota publicada en el diario Página 12

 
 
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