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El Chino y la Fiorino |
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Política o violencia en la educación argentina |
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Por Gabriel Cortiñas |
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Escena I
¿Te puedo hacer una entrevista para la radio del colegio? Le pregunta El Chino, un pibe de 16 años, a un docente que lo dobla en edad y vive a más de mil kilómetros. Es julio de 2015 y estamos en vacaciones de invierno, pero hace mucho calor y la escuela n° 87 de Colonia Wanda, un pequeño pueblo misionero cerca de Puerto Iguazú, está llena de docentes. Vienen de distintas partes de la provincia a una capacitación de lectura y escritura organizada por el Ministerio de Educación de la Nación. El río Paraná está a unas cuadras, a pocos kilómetros el Iguazú y, con ellos, las fronteras de Brasil y Paraguay. Portugués, castellano y guaraní son lenguas hermanas. Pero hay docentes que todavía les dicen que hablan mal el español, en referencia a su lengua: el portuñol, o se preguntan cómo trabajar desde una perspectiva intercultural. Los talleres de ese día tienen el objetivo de no dejarlxs solxs, de pensar posibles herramientas y, por qué no, algunas preguntas. No son la solución que viene de Buenos Aires y mucho menos en un día, es un punto de partida. Pero el docente al que el Chino pretende entrevistar sí viene de lejos y acepta la entrevista con una condición: que él pueda después entrevistar al joven y eso también salga en la radio.
¿Sabe el Chino que la consola profesional que hay en su escuela tiene un valor de 200.000 pesos en ese momento? ¿Sabe el Chino que para pagarle a lxs talleristas y docentes el Gobierno Nacional tiene que destinar más presupuesto para Educación y que el dinero no es un recurso renovable? Si el Chino hubiera sabido eso, ¿sería hoy un talibán kirchnerista o simplemente habría sabido que ninguna acción educativa (macro o micro) es neutral? No encerrar a nadie en un destino basado en las predisposiciones es un deber imperioso de la educación, pero: ¿cómo se logra? ¿Y qué implicancias políticas conlleva asumir esta premisa?
Mientras lo lleva, grabador y anotador en mano, a una de las aulas que no está siendo afectada por la jornada, el Chino le cuenta que el estudio está cerrado con llave en vacaciones –saluda a alguien con la mano– y que aún no pueden emitir en FM porque al ser zona limítrofe –ahora saludo cabezazo– hay que pedir permiso al Parlasur y eso tarda mucho. Habla y camina apurado, saluda a toda persona que se cruza y dice en su andar hipersalúdico que él en esa escuela tiene un lugar. ¿Y vos cómo llegaste a la radio? ¿Siempre te gustó? Pregunta ahora el docente. No, para nada. Me iba mal en el colegio, había repetido y la profesora de Lengua me dijo si vas al taller de comunicación de los sábados te subo la nota de concepto. Fui para poder aprobar y descubrí la radio, mi pasión. El Chino cuenta que cuando termine el secundario quiere estudiar locución, que ya hace algunas changas en la FM del pueblo y le habla a este docente asombrado de igual a igual. Más tarde el director le contará la trayectoria escolar del Chino y de tantos otrxs, pero nada sorprende porque está a la vista. La escuela 87 está en una zona de población vulnerable. Una de las miles de todo el país donde funcionaron durante más de una década los Centros de Actividades Juveniles. En criollo: talleres a contraturno de ciencia, ambiente, arte, deporte y comunicación.
Desgranemos la situación: un joven de bajos recursos repite de año. Nada que lo motive está relacionado con terminar la escuela. Puede que al terminar trabaje en un aserradero o algún otro trabajo lumpenizado. Su entorno no le ofrece nada y encima lo obliga a estudiar algo que para él carece de sentido. Pero insiste, coaccionado; no sabemos si por la familia, la escuela, o ambas. Lo incluyen y le vuelve a ir mal. De nuevo el peligro latente de repetir la historia: pero algo pasa y deja huella. Un límite con acompañamiento: Así no aprobás la materia, yo no te voy a regalar nada por ser pobre. Te acompaño y te muestro que podés hacer algo con eso que hicieron de vos. En ese instante es un desplazado, ¿de qué? Del lugar que la sociedad le había asignado. Incluso en el riesgo de que esta escena pueda ser un ejemplo demasiado redondo, acá se disuelve la falsa dicotomía Calidad vs. Inclusión. La ilusión de una educación neutra es nuestro absurdo hegemónico y, por ende, histórico. ¿Podría alguien manejar un auto e incluso parlotear acerca de cómo se debe conducir negando –por ignorancia o por malicia– la existencia del motor? ¡No hablemos de política! ¡Nada de motor en los autos!
Escena II
¡Andá a trabajar! Grita alguien desde una Fiorino cuando el semáforo se pone en verde. Eso estoy haciendo, responde en un tono contenido Gabriela, docente de historia con más de 20 años de carrera que ahora está en la calle dando una clase pública a chicxs de un colegio privado de clase media alta del barrio de Belgrano. Pero la respuesta no llega a su interlocutor, que acelera y sale de plano. Estamos en abril de 2017 y son horas en que se demoniza a lxs docentes y a sus representantes con el fin de deslegitimar sus reclamos. El director de la escuela, que ve y escucha ese breve intercambio, le pide que reproduzca por el micrófono lo que acaba de pasar porque le preocupa que eso quede invisibilizado. La clase continúa. Algunos familiares, invitados por el colegio, y más de 70 chicxs escuchan atentos, preguntan. Lo que sucede no es del todo esperable y menos en ese barrio; por eso pasan vecinxs y se quedan mirando. Sólo se está interrumpiendo el carril de autos estacionados y los que pasan miran. El aula parece haberse derramado –como los relojes de Dalí– hacia la vereda y parte de la calle. En menos de un ahora, la profesora habrá explicado brevemente lo que pasó y habrá dado una clase minuciosa sobre la relación entre la Iglesia y la educación en Argentina. La calle volverá a su ritmo normal. Lxs chicxs tendrán alguna herramienta más para pensar la realidad que les toca. Pero en el cuerpo de la profesora, sin que nadie lo haya notado, quedará la impotencia de haber sentido los efectos reales de un discurso violento y unívoco que se inyecta todos los días a un gran sector de la población. ¿Sabía la persona de la Fiorino lo que estaba pasando ahí? ¿Cuáles son las causas de esa violencia? ¿Qué vio? La comunidad educativa de una escuela privada de Belgrano asumió un riesgo: desplazar a lxs chicxs de una posible parcialidad mediática y cultural, asumió el deber de acercarles otros aspectos de la realidad de esos días. Una imagen o un discurso son violentos no por su contenido literal sino por lo que le hacen al pensamiento humano. La doctrina de la imagen publicitaria es un ejemplo. Otro, el plano recortado de las grandes empresas de comunicación –que ahora empiezan a llamar posverdad– son un claro ejemplo también de esa violencia.
Mientras se ataca a lxs docentes para poder alcanzar así un acuerdo paritario a la baja, mientras se cierran institutos de formación y programas socioeducativos como el taller de los sábados en el que el Chino había encontrado su deseo de aprender; aparecen los manuales de Historia de la editorial Aique en el centro de una polémica verdad: la educación es un acto político. Contribuir al desarrollo de una persona para que esta tenga cada vez más herramientas críticas y pueda así ganar autonomía en el mundo es un acto transformador. Por lo tanto, se opone a cualquier acto doctrinario; salvo que entendamos que educar sea reproducir lo que ya está y como está: ¡Nada de Chinos en la radio! ¡Vivan las Fiorinos! ¿No tiene ahora el Chino mayor autonomía para sacar su voz o su pregunta? ¿No tienen ahora esxs chicxs de Belgrano alguna herramienta más a la hora de discernir hechos de opiniones respecto del denominado “conflicto docente”? ¿O acaso el Chino y esxs chicxs son ahora más adoctrinables que antes? ¿A quiénes les preocupa que se hable de “política” en las aulas? ¿Qué hubiera pasado si el conductor de la Fiorino bajaba y se quedaba escuchando –viviendo– algo más que la imagen que creyó ver? La polémica por los manuales no es su supuesto contenido político sino que evidencia aquello que niegan o intentan invisibilizar. En uno se lee: A mediados del 2016, el Gobierno pudo alcanzar algunos de los objetivos que se había propuesto, como la reducción de la inflación y el incremento de las inversiones extranjeras. Querer imponer una parte por el todo absoluto, el fotograma sin la película. Bienvenido este tema a las aulas del país. Ridículo, en este caso, por tratarse de un manual–algo tan poco efectivo y demodé en estos días– pero, ¿no tendríamos que discutir en todas las aulas la violencia de la imagen? El espacio pedagógico, neutro por excelencia, es aquel en el que se adiestran los alumnos para prácticas apolíticas, como si la manera humana de estar en el mundo fuera o pudiera ser una manera neutra; esto lo dijo Paulo Freire en 1996. ¿Qué abre o cierra un texto como el que propone el equipo de docentes de Editorial Aique? ¿Es neutral que un gobierno compre y reparta de forma gratuita estos manuales? ¿Es neutral que otro gobierno instale radios y abra talleres a contraturno en escuelas de población vulnerable casi como si fuera una escuela privada?
Pasan los meses y una mañana aparece pintado con aerosol en el frente de ese colegio de Belgrano: –polítika + educación. Esxs chicxs seguirán teniendo sus clases y sus talleres a contraturno, sus jornadas especiales sobre Derechos Humanos; no estarán condenados a una posible única voz. En la escuela del Chino –y otras tantas– esos talleres ya no funcionan, y quizá nunca sepan la causa. A contrapelo el grafitti se lee así: – política + violencia.
Consumimos a diario a través de nuestras telepantallas toneladas de imágenes y discursos cuyos fines desconocemos. Sin espacio para la pregunta, la educación que se precia de ser neutral y apolítica es de por sí violenta. Donde se apaga la política crece la violencia. ¿Se imaginan el discurso de alguien que le enseña a otra persona a pasar los cambios y apretar los pedales de una Fiorino pero nunca le dice que algún día deberá parar en una estación de servicio, que las hay de distintas marcas, y que deberá elegir –según sus gustos y posibilidades– entre distintos tipos de combustibles? Y así un día miles de conductorxs con sus autos detenidos en las autopistas de la Nación mirarán al cielo para ver si algo los hace arrancar una vez más pero creyendo, a su vez, que el cielo es una gran pantalla táctil, razón por la cual empezarán a dar saltos para llegar a la barra del buscador. Ningún hecho de la realidad carece de contexto y no existen las verdades absolutas, todxs vimos Truman Show.
* Nota publicada en El Cohete a la Luna
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