“La escuela debe tener como principal objetivo devolver la infancia a la niñez”
Por José Cezón Pola De Siero para El Comercio
Foto: Pablo Nosti
El escritor y pegagogo argentino Carlos Skliar clausuró en el Auditorio un curso dirigido a profesionales de la orientación educativa
E l escritor, pedagogo y filósofo argentino Carlos Skliar clausuró ayer en el Auditorio poleso un curso dirigido a los profesionales de orientación educativa de los centros públicos asturianos, que organizó el Servicio de Orientación Educativa y Formación del Profesorado, de la Consejería de Educación. Se enmarcaba en la denominada 'Estrategia de red', un espacio de reflexión y debate dentro de la educación inclusiva en el que participaron 360 profesionales de este servicio. Al acto se invitó también al equipo directivo de los centros de infantil y primaria.
Skliar comenzó hablando de la relación entre época y educación. Y lo introdujo con un interrogante: si a cada época "le corresponde una forma de educación" o si, por el contrario, "educar no consistiría, por antonomasia, en una rebeldía a la época". Como segunda cuestión recurrió a una Premio Nobel de Literatura, quien aseguraba que toda época arroja al mundo a tres tipos de individuos: intactos, dañados y rotos. Para Skliar, la escuela "debería ser capaz de invertir la suerte de los dañados y rotos", pero no para transformarlos en impermeables o insensibles (intactos), sino para potenciar su fragilidad y que pueda servir para modificar el mundo. "Necesitamos gente más frágil en los puestos de liderazgo", dijo. En tercer lugar, mostró un pensamiento pedagógico "ligado a la contra época y a rescatar la figura de los dañados y los rotos como aquellos que pueden conducirnos a una nueva forma de humanidad".
Los riesgos de la innovación
Para el ponente, la educación no debería doblegarse a los dictados de cada época. Y puso el ejemplo de la obsesión actual por la innovación sin reparar en sus defectos: "No tenemos ni idea de hasta qué punto no solo puede transformar el mundo, sino acabar con él y, que yo sepa, educar tiene que ver con el cuidado del mundo".
Cuestionó los "cuatro o cinco atributos, no necesariamente virtudes" recurrentes en los programas curriculares de muchos países: empresariado, competencia, autoformación, aceleración o la prisa. Eso convierte a los jóvenes en adultos prematuros y homogeneiza los gustos entre generaciones, lo que acaba "poniendo en tela juicio el lugar del maestro", aunque él ni se imagina la desaparición de esa figura.
Apuntó el dato de que el 70% de la población no trabaja en lo que desearía. Y añadió que el mundo de la educación es una de las excepciones. "El educador es, por definición, aquel que rechaza que todos los conocimientos son lucrativos y que todo desarrollo es tecnológico", dijo, parafraseando una afirmación realizada en 1962 por la filósofa María Zambrano. Otra tesis de Skliar -basándose en sus conversaciones con un niño de 8 años- es que "el mundo se ha 'youtubizado'" y que la gente se conforma con que los contenidos "estén disponibles", pero sin generar con ellos experiencias, conversación o formación.
Leyó una definición ministerial de 'educar en competencias' que, a su juicio, supone "liquidar de un plumazo burocrático la infancia y el derecho a ser niño", pues aboga por un modelo que solo aspira a convertirlo "en un adulto adaptado al mercado de trabajo y que aprenda a ganarse la vida". Y auguró que "no solo los niños perderán su infancia, sino también el resto de la humanidad", entendiendo 'infancia' como el tiempo liberado del trabajo. De ahí que considere que la escuela deberá tener como "principal objetivo devolver la infancia a la niñez, sobre todo, a los dañados y los rotos". Otra frase audaz: "El educador no puede ser un 'desdichador' de niños, sino un infantilizador de la humanidad".
Tras disertar sobre la inclusión y la igualdad, el bonaerense concluyó con otro dilema: si educar "es una habilidad técnica o un arte impreciso". Y recurrió al pedagogo francés Fernand Deligny, quien resume "el secreto de educar" en tres acciones: "estar allí (presencia), permanecer (existencia) y hacer cosas con los otros". La clave, según apostilló Skliar, es que "esos tres elementos deben estar juntos y no disociados".